viernes, 12 de diciembre de 2014

Un día soñando en un sueño soñé.

Anoche tuve un momento de delirio. He despertado sudando, con fiebre alta y con una infección de garganta que bien podría valer una muerte lenta y dolorosa. Y he soñado. 

He soñado con una playa a altas horas de la madrugada. Frío. Mucho frío. Y un chirimiri propio de miña Coru. El alcohol de esa noche hacía estragos y recuerdo cómo me costaba mantener la mirada fija en el mar. La sensación, a pesar de eso, era genial.

Y no estaba sola. Había alguien conmigo. Alguien que me hacía sentirme realmente bien. Especial, incluso. Acompañada y sujeta a un momento que, ya sabía, recordaría siempre.

La marea cada vez subía más. La lluvia empezaba a caer con fuerza. Y el viento (ay, el viento) hacía que empezara a despejarme y a intentar pensar con más claridad.

Buscaba un lugar donde refugiarme del mal tiempo. Exterior. El interior era plácido. Agradable.

Tan pronto esa persona, de identidad desconocida, aparecía como desaparecía. Recuerdo perfectamente cómo era su boca. Dientes perfectos y labios que llamaban a morder.

De repente, y como si fuera una película, el mar, el frío y la lluvia habían desaparecido, para dar lugar a una habitación cálida y acogedora. “Desnudo el calor se pilla antes. Métete. Y abrázame, tengo frío.”


Y ahí estaba yo. Abrazada a alguien que apenas conocía, deseando que nunca acabara ese momento cuando, de pronto, “Ana, hija, son las 8. Te toca el antibiótico.”






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