miércoles, 3 de diciembre de 2014

No hay mal que 91 minutos dure.

No encontrarte semáforos en rojo de camino al curro. Pillar el ascensor en tu planta. Una toalla calentita al salir de la ducha. La primera felicitación el día de tu cumpleaños. Un gol de tu equipo en el último minuto. La confirmación de un viaje al que le tenías muchas ganas. Un reencuentro en un aeropuerto. El olor de la comida de mamá. Un cielo a colores cubriendo tu ciudad.

¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que estaba a punto de cambiar algo? Cambio ‘vida’ por ‘algo’. ¿Alguna vez habéis sentido que estaba a punto de cambiar vuestra vida a mejor?

Perdón por la ñoñería. Reboso optimismo. Buenas sensaciones. Buenas vibraciones. Derrocho sonrisas bobas y carcajadas a destiempo. Cuéntame el peor chiste que se te ocurra. Da igual, me resultará genial.

Muchos días malos, muchas almohadas mojadas. Y ahí estamos, creyendo cruzar la línea de meta. Creer oír al speaker de tu vida diciendo tu dorsal por megafonía, informando de que un nuevo partido va a comenzar. La derrota del anterior ya quedó olvidada. En tus manos, y en tus pies, está el ganar éste.

La vida tiene eso bueno. No hay mal que 91 minutos dure. A no ser que seas Iniesta y tengas que esperar hasta el 116 para ganarlo.

No pasa nada y pasa todo. Si es que te preguntas qué le habrá picado a esta tía. Debe de ser que justo hoy no he encontrado semáforos en rojo cuando iba a currar, que ayer empató el Athletic en el descuento, que tengo cerca volver a mi deseado Bilbao, que hoy las escaleras olían a mi comida favorita…


Me repito. Perdón. Ya volverá la Ana petarda que se queja, que llora y que patalea porque el imbécil de turno no le hace caso. Ya, si eso.








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