No
encontrarte semáforos en rojo de camino al curro. Pillar el ascensor en tu
planta. Una toalla calentita al salir de la ducha. La primera felicitación el
día de tu cumpleaños. Un gol de tu equipo en el último minuto. La confirmación
de un viaje al que le tenías muchas ganas. Un reencuentro en un aeropuerto. El olor
de la comida de mamá. Un cielo a colores cubriendo tu ciudad.
¿Alguna
vez habéis tenido la sensación de que estaba a punto de cambiar algo? Cambio ‘vida’
por ‘algo’. ¿Alguna vez habéis sentido que estaba a punto de cambiar vuestra
vida a mejor?
Perdón
por la ñoñería. Reboso optimismo. Buenas sensaciones. Buenas vibraciones.
Derrocho sonrisas bobas y carcajadas a destiempo. Cuéntame el peor chiste que
se te ocurra. Da igual, me resultará genial.
Muchos días
malos, muchas almohadas mojadas. Y ahí estamos, creyendo cruzar la línea de
meta. Creer oír al speaker de tu vida diciendo tu dorsal por megafonía,
informando de que un nuevo partido va a comenzar. La derrota del anterior ya
quedó olvidada. En tus manos, y en tus pies, está el ganar éste.
La vida
tiene eso bueno. No hay mal que 91 minutos dure. A no ser que seas Iniesta y
tengas que esperar hasta el 116 para ganarlo.
No pasa
nada y pasa todo. Si es que te preguntas qué le habrá picado a esta tía. Debe de
ser que justo hoy no he encontrado semáforos en rojo cuando iba a currar, que
ayer empató el Athletic en el descuento, que tengo cerca volver a mi deseado
Bilbao, que hoy las escaleras olían a mi comida favorita…
Me
repito. Perdón. Ya volverá la Ana petarda que se queja, que llora y que patalea
porque el imbécil de turno no le hace caso. Ya, si eso.
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