Ven, siéntate, hoy te voy a confesar algo.... Hoy te contaré
uno de mis mayores y peores pecados. Hoy diré qué fue aquello que a mí me hizo,
no mejor ni peor persona, sino alguien con una carencia importante de buen
gusto, de romanticismo, de sentimiento verdadero. ¿La infidelidad a un novio?
No, peor…
Hoy contaré que yo, en una época anterior, durante algunos
años de mi infancia, cometí un fallo, entre muchos. Las malas compañías, dicen.
Confieso que insultaba, siempre inocentemente, a mi hermano por sentir algo que
yo no sentía. O eso pensaba. Algo que a él lo hacía diferente y yo no llegaba a
comprender. “¡Buah, qué tonto, pero si vosotros siempre perdéis!”, me limitaba
a repetirle mientras yo me compraba pósters y fotos de un brasileño, de aquel
chileno mítico e incluso de un madrileño al que ahora homenajean en Alemania y
Qatar. Confieso que yo llegué a decorar mi habitación con fotos de unos
jugadores vestidos de blanco, con pegatinas de un guapete argentino con
melenita, que me alegré con aquel gol de cierto montenegrino un 20 de mayo de
1998, incluso Melchor me regaló un balón firmado con sabor a merengue… Y lo
peor de todo: negué un sentimiento que yo tenía dentro, pero que me costó descubrir.
Y aunque costó, pocas cosas me han reportado tan buenos momentos. El fútbol
sólo es una excusa para ser del Athletic…
Pero, ¿del Athletic se hace o se nace? No tengo dudas. Del
Athletic uno nace. Ya me lo decía mi madre: “Tú, niña, cuando te preguntaban de
pequeña, muy pequeña, de qué equipo eras, siempre respondías lo mismo - ¿Yo? Yo
de Julen…”.
Está claro. La naturaleza es sabia. Y, si no, ¿por qué
tenemos los glóbulos a dos colores? Si lo raro es que el corazón no sea a rayas…
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