(No
esperéis una oda a nada, algo interesante para comentar en el bar o la más
tierna historia de amor. Sólo quiero compartir con vosotros mi gran fracaso, mi
gran alegría. Hoy hace un año.)
Eran
las nueve de la mañana aproximadamente. Mi jefe ya estaría en su despacho,
pensé. Subí las escaleras temblando. Nunca creí que mis piernas pudieran ser
como el papel de frágiles. Llamé, entré. “No me digas nada, ya sé a lo que
vienes. No sabes cuánto lo siento.”
Hoy hace
un año de una de las decisiones más importantes de mi vida. Aquel día elegí
ganar perdiendo mucho. “Sólo espero que un día no digas ‘me arrepiento’”. Tengo
suerte, de pocas decisiones en mi vida me he arrepentido después.
Tenía dos
caminos. Y elegí el confuso. Volver a casa, volver a engrosar la lista maldita
y empezar de nuevo. Dejé atrás una gran oportunidad. Y no, no me arrepiento.
Fue la
decisión más importante de mi vida. Nada comparado a qué estudiar, dejar a mi
pareja o mudarme al Norte.
Elegí ganar
perdiendo mucho. Preferí abandonar para buscar un sendero mejor. Le di más
importancia a lo personal que a lo profesional. A mi vida que a mi cuenta
bancaria. A ellos que a aquéllos. A mí antes que al qué dirán.
Fue un
fracaso. Siempre lo admitiré. Pero fue el fracaso más acertado que he cometido
en 26 años de vida. Y sí, es posible.
¿Cómo
se paga el levantarse con alegría, trabajar a gusto, que incluso te pidan que
te vayas ya que es tu hora? ¿Cómo se paga el dormir con la mente relajada,
vivir con paz interior? ¿Se pagan las sonrisas y las risas a borbotones?
Hay más
trenes, que no te engañen. Sólo que te llevan a destinos diferentes. Aquel tren
no sé dónde habrá llegado. Y no, no me arrepiento de no saber dónde está.
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