Creo
que me estoy desenamorando de ti, porque ya sólo me acuerdo de los momentos
buenos que me diste. Que te recuerdo durante 27 horas al día, sí, pero sólo lo bueno. Espera. Qué idiota. No sé por qué me acuerdo tanto de ti. Si tú no lo
haces. Si tú ya bebes los vientos, y lo que no son los vientos, por otra. Da igual, tú dame, como diría Sabina, 19 días y 500 noches. Y como nueva.
No, no.
Creo que me estoy desenamorando. Porque a ratos recuerdo el por qué te odio
tanto. Y porque sé que tú y yo nunca fuimos ni seremos un nosotros. Fuimos las
piezas perfectas en un puzzle desencajado, que se encajaron bien hasta que el
superglú dejó de funcionar. Ya sé por qué te odio tanto. Y como diría don
Ismael, odio tanto odiarte…
Quizás aún
queden ascuas en esta candela de mierda que un día decidimos avivar. Tranquilo,
sé que sólo en este lado del campo, que en tu área ya juegas incluso a otro deporte.
Pero sí, creo que aún calienta algo. Y todo se me va a la garganta cada vez que
te veo. Lo otro directamente está ya quemado.
Sí, lo
admito. Esto aún calienta. ¿Y sabes? Siempre calentará. Porque aunque yo haya
sido la mayor (inserte aquí su peor adjetivo despectivo) te he querido como a
nadie en este mundo y me has hecho ser la mujer más feliz del planeta. Y no, a mí no se me va a olvidar en mi puñetera vida. O al menos no en un
intervalo de 24-48 horas. Tengo síndrome de Diógenes, sobre todo de recuerdos. Pero tranquilo, "Seré sin que sepas de mí", que susurraba Manolo.
¿Suena a
despecho, a reproche? Nada más lejos de la realidad. La vida nos tiene
preparado algo mejor. Yo soy una hija de puta demasiado genial para conformarme
con nada. Y tú… Tú te mereces lo mejor, más que me pese. Y ni tú eres mi mejor
ni yo soy tu mejor.
Uy, perdón, que todo esto lo dice una amiga. Que yo no sé ni de qué está hablando. Uy, pobre. Qué despechá está la jodía...
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