lunes, 12 de diciembre de 2016

Fideli...¿qué?

Hola. Soy Ana y soy del Athletic. Y de la Peña, cómo no. Y muy del Pozoblanco de fútbol-sala también. Y nunca me veréis besando el escudo del Celta. O del CD Mojino. O del Floyd Villalba.
Sé que no os acabo de descubrir demasiado. Mis colores los conocéis de sobra.

Pero, a ver, ¿esto a cuento de qué?

Os pongo en situación. Hace unas semanas, sábado, como cualquiera, salí con unos amigos. Y, oh, vaya-alineación-de-los-planetas, fue el día que más ligué en tiempo. (Carajo, ya se podía dosificar la cosa). El caso, ese día debía estar (más) guapa. O más simpática de la cuenta. O qué sé yo.

No fue uno, ni fueron dos, ni tres, los que de una forma u otra me propusieron debatir sobre la reforma educativa en el asiento trasero de su coche. (Me vais a perdonar las buenorras, yo a eso no estoy acostumbrada.)

Hasta aquí bien, supongo.

El problema de todo esto, además de que a mi sábado no le apetecía nada debatir sobre si la LOMCE era la ley más acertada, es que todos a excepción de uno tenían algo en común: NOVIA.

Hombres del mundo, prometo no generalizar. Mujeres del mundo, nosotras no nos salvamos.

Vamos a ver, ¿dónde quedaron nuestros valores? ¿Dónde quedó el compromiso, la lealtad, la sinceridad? ¿Dónde quedó el respeto a la persona que declaramos querer tanto? ¿Dónde quedó el amor? 

Qué decepción.

Tenemos relaciones de usar y tirar. Parejas de quita y pon. Aventuras. Probaturas. Comodines.

Yo dije que no. Pero da igual, la siguiente quizás dijera que sí. Y tú has cambiado la confianza de tu pareja por un triste debate un sábado a las 6 de la mañana.

Siempre confié ciegamente en mis parejas, porque yo era la primera que confiaba ciegamente en mí. (Si sabes que alguno me la pegó, ya no me lo cuentes)

Me fui a mi casa pensando en todo esto, en dónde estarían sus novias, en qué pensarían ellas, en cómo reaccionarían los susodichos si se enteraran de que sus parejas discuten sobre la victoria de Trump con otros de madrugada. Y me dio pena, mucha. Sobre todo cuando al día siguiente desperté con ‘te quieros’ por todas partes en redes sociales.


No os lo voy a negar, no me habría importado hablar sobre la LOMCE con uno de ellos, pero no lo hice. Al día siguiente sólo tenía dolor de cabeza por el alcohol ingerido. Y la resaca, creedme, se cura mejor que el arrepentimiento. 

Pues eso, qué decepción. 


sábado, 17 de septiembre de 2016

El fútbol era lo de menos.

Puse mi once de gala. Me gustaba tanto como una victoria in extremis. El campo olía a fiesta. La afición coreaba nuestros nombres. La copa relucía. Esto va bien, pensé. Los del verde desprendían ilusión. Ganas. Amor. Creía.

Y el partido comenzó. Esto ya va en serio. Posesión a favor. El equipo basculaba bien. Nos gustaba el toque. Mucho toque. Qué pesados, pensaban. Qué empalagosos, decían.

Empate al descanso. Aún no las tenía todas conmigo. Pero el equipo aún luchaba. Somos leones, qué menos.

El árbitro jugaba en nuestra contra. Esta competición no es la vuestra. No eres el Rey de Copas. No pegáis nada. Tonta, muy tonta, seguía peleando cada balón. Por arriba, por abajo. No podemos desaprovechar cada jugada de estrategia. Cada minuto a su lado. Disfrútalo. Peléalo.

Pero llegó el descuento. Y aunque el fútbol nunca tiene final, éste llegó. Y llegó de la peor forma posible. Un gol en el 90. La copa no es para mí. Es para otra.


En este caso, el fútbol era secundario.








domingo, 4 de septiembre de 2016

Alegato al derecho a estar triste

No quiero reír. Hoy no. No me apetece. Me apetece llorar, gritar si hace falta, no ver a nadie y sentirme la mayor mierda de este mundo. Porque sí. Porque mi cuerpo me lo pide.
No es regocijarse en el dolor, es buscar una forma de echar todo lo que llevas dentro. Algunos saben hacerlo con disimulo. Yo no. Yo hoy quiero estar triste. Y quiero hacer un alegato al derecho a estar triste.

¿Por qué ocultar la pena? ¿Por qué nos obligamos a tener que estar siempre bien? ¿Por qué se nos niega poder expresar con libertad nuestro estado de ánimo? ¿Es alguna cláusula de Facebook?

Hoy quiero llorar. Dejadme que hoy no sea la simpática de mis amigas. Ni la guapa. Dejadme que llore. Y no me vengáis con que hay problemas más importantes, que ¡¡¡claro que los hay!!! Pero dejadme que les dé importancia a los míos, que lamente los míos, que sea egoísta y quiera pensar que la vida es una mierda. Porque mis problemas son míos y mi pena y mis lágrimas absurdas también son mías.

Esta sociedad puesta en el escaparate de la red nos obliga a tener siempre la mejor de las sonrisas. De oreja a oreja y con unos dientes que destellen felicidad. Bien peinadas, bien maquilladas, bien vestidas y radiantes. Pues no. Yo hoy no tengo ni la cara para un filtro de Instagram ni el ingenio para un tweet de mil “me gustas”. No quiero aparentar estar bien, porque me veo en el derecho de decidir cómo estar.

Y perdonad que vaya contranatura, no me apetece fingir. Yo hoy quiero estar triste. Mañana, si acaso, ya nos editaremos el ánimo con “BeautyFace”.




jueves, 2 de junio de 2016

¡Despierta, joder!


Perdonad el oportunismo. Esta noche he estado escuchando una conferencia sobre reilusionarse (si tienes la oportunidad de escuchar alguna vez a Luis Galindo no la desaproveches). Yo creía que lo pasaría bien. Pero no. He recibido un guantazo que se me han saltado hasta las lágrimas. Varias veces además.

Qué imbécil. Qué poco valoramos (¡valoro!) lo que tenemos. Y lo tengo todo.

Tengo salud. Obviamos la lumbalgia de los últimos días. Puedo oír, ver, hablar, saltar, correr, bailar, cantar. Puedo sentir. Puedo vivir.

Tengo trabajo. Bueno, no. Pero tengo un futuro por delante que, a partir de ya, construiré yo a mi gusto. Porque quién si no es el mejor arquitecto de la propia vida si no es uno mismo.

Tengo amor. Cuatro abuelos maravillosos que, a su forma, me demuestran lo mucho que me quieren. Unos padres que se desviven por mí y por mi hermano, el siguiente en cuestión. El mejor del mundo y al que le debo todos los besos que no le he dado en estos últimos 27 años. Unos tíos que me tratan como una hija más. Unos primos más hermanos que primos. Y, cómo no, el amor de unos amigos a los que habría tenido que inventar si no existieran.
Afortunadamente también voy conociendo poco a poco ese otro amor, el que te eriza la piel hasta en los días más calurosos de julio. Ése que le pone nombre a un "por fin te encontré".
Y, sobre todo, me tengo a mí misma. Una tía con mil defectos, pero también con mil virtudes que tengo y debo explotar.

He salido de la conferencia con moratones en el alma. Qué guantazos me ha pegado. Cuántos errores estamos cometiendo sumidos en una rutina que no nos deja apreciar las maravillas que nos da la vida. Esa cerveza fría, ese beso inesperado, esa oportunidad en el trabajo, un gracias sincero, tu comida favorita, una ducha de agua caliente… ¡Despierta, joder! Agradece más, ríe más, disfruta más, besa más, abraza más, haz más el amor, goza cada día.

Por eso, si me estás leyendo, quiero que sepas algo. Sé que no te lo digo demasiado, pero te quiero, te quiero muchísimo. Gracias por formar parte de mi vida. Gracias por haberte cruzado en mi camino.

Y, amiga Julia, no olvides nunca los muchísimos motivos que tienes para ser feliz. Porque tú ya eres un motivo para que otros sean felices.

Anímate. Ilusiónate. Reilusiónate. Y vive, que la vida va en serio.

Gracias, Luis.