Se conocieron
hace unos 15 años. Él lo dejó todo, abandonó a su familia y amigos y emprendió
la gran aventura. Fueron despacio, como los enamorados que no quieren estropear
la relación con un polvo la primera noche. Y el camino, como la gran mayoría en
esta vida, no fue fácil. Encontraron piedras, baches, badenes, incluso la oportunidad
de separarse. Pero aguantaron, se sobrepusieron a las adversidades y
continuaron juntos. Pero a todo cerdo le llega su san Martín, a toda pareja le
llega el 15 de febrero.
Años después,
y con todo lo que habían superado e incluso disfrutado juntos, han decidido
separarse. No habrá buenas caras, no habrá un ‘Te deseo lo mejor’.
Nunca
quisieron pensar que esto tenía un final, pero lo tenía. Y les llegó, tan
sigiloso como ruidoso, tan inesperado como esperado.
Fueron
progresando poco a poco, como los novios que empiezan dándose tímidamente la
mano. Y hasta aquí, donde esos novios se tiran los trastos a la cabeza y las
verdades a la cara. Pero sin novios, y sin trastos.
Les une
un contrato, matrimonio que lo llaman en la calle. Pero en unos meses cada uno
podrá tirar por su lado. Les conceden el divorcio. Uno está rehaciendo ya su
vida, el otro podrá irse con otra más guapa, más rica y con más don de gentes. Aunque
nadie le ha asegurado que lo vayan a querer más.
Los
amigos, aunque no deberían, han tomado parte en el asunto. Y la relación, el
amor que les unía, los motivos por los que fueron tan felices, están quedando
en segundo plano. Dándose más importancia a cada una de las partes que a ese
bonito nexo que les une.
La relación
agoniza. La guerra ha estallado. El amor que siempre se ha defendido entre
ellos se pone en duda a cada paso que dan. Se tambalean en la cuerda floja.
Siete meses
a lo sumo. Con suerte para la extraña pareja, quizás sólo sean dos. Sea lo que
sea, y por el bien de la familia, ojalá acabe pronto.
Suerte, Fernando. Y ¡Aupa Athletic!
Suerte, Fernando. Y ¡Aupa Athletic!
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