sábado, 17 de septiembre de 2016

El fútbol era lo de menos.

Puse mi once de gala. Me gustaba tanto como una victoria in extremis. El campo olía a fiesta. La afición coreaba nuestros nombres. La copa relucía. Esto va bien, pensé. Los del verde desprendían ilusión. Ganas. Amor. Creía.

Y el partido comenzó. Esto ya va en serio. Posesión a favor. El equipo basculaba bien. Nos gustaba el toque. Mucho toque. Qué pesados, pensaban. Qué empalagosos, decían.

Empate al descanso. Aún no las tenía todas conmigo. Pero el equipo aún luchaba. Somos leones, qué menos.

El árbitro jugaba en nuestra contra. Esta competición no es la vuestra. No eres el Rey de Copas. No pegáis nada. Tonta, muy tonta, seguía peleando cada balón. Por arriba, por abajo. No podemos desaprovechar cada jugada de estrategia. Cada minuto a su lado. Disfrútalo. Peléalo.

Pero llegó el descuento. Y aunque el fútbol nunca tiene final, éste llegó. Y llegó de la peor forma posible. Un gol en el 90. La copa no es para mí. Es para otra.


En este caso, el fútbol era secundario.








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