sábado, 17 de septiembre de 2016

El fútbol era lo de menos.

Puse mi once de gala. Me gustaba tanto como una victoria in extremis. El campo olía a fiesta. La afición coreaba nuestros nombres. La copa relucía. Esto va bien, pensé. Los del verde desprendían ilusión. Ganas. Amor. Creía.

Y el partido comenzó. Esto ya va en serio. Posesión a favor. El equipo basculaba bien. Nos gustaba el toque. Mucho toque. Qué pesados, pensaban. Qué empalagosos, decían.

Empate al descanso. Aún no las tenía todas conmigo. Pero el equipo aún luchaba. Somos leones, qué menos.

El árbitro jugaba en nuestra contra. Esta competición no es la vuestra. No eres el Rey de Copas. No pegáis nada. Tonta, muy tonta, seguía peleando cada balón. Por arriba, por abajo. No podemos desaprovechar cada jugada de estrategia. Cada minuto a su lado. Disfrútalo. Peléalo.

Pero llegó el descuento. Y aunque el fútbol nunca tiene final, éste llegó. Y llegó de la peor forma posible. Un gol en el 90. La copa no es para mí. Es para otra.


En este caso, el fútbol era secundario.








domingo, 4 de septiembre de 2016

Alegato al derecho a estar triste

No quiero reír. Hoy no. No me apetece. Me apetece llorar, gritar si hace falta, no ver a nadie y sentirme la mayor mierda de este mundo. Porque sí. Porque mi cuerpo me lo pide.
No es regocijarse en el dolor, es buscar una forma de echar todo lo que llevas dentro. Algunos saben hacerlo con disimulo. Yo no. Yo hoy quiero estar triste. Y quiero hacer un alegato al derecho a estar triste.

¿Por qué ocultar la pena? ¿Por qué nos obligamos a tener que estar siempre bien? ¿Por qué se nos niega poder expresar con libertad nuestro estado de ánimo? ¿Es alguna cláusula de Facebook?

Hoy quiero llorar. Dejadme que hoy no sea la simpática de mis amigas. Ni la guapa. Dejadme que llore. Y no me vengáis con que hay problemas más importantes, que ¡¡¡claro que los hay!!! Pero dejadme que les dé importancia a los míos, que lamente los míos, que sea egoísta y quiera pensar que la vida es una mierda. Porque mis problemas son míos y mi pena y mis lágrimas absurdas también son mías.

Esta sociedad puesta en el escaparate de la red nos obliga a tener siempre la mejor de las sonrisas. De oreja a oreja y con unos dientes que destellen felicidad. Bien peinadas, bien maquilladas, bien vestidas y radiantes. Pues no. Yo hoy no tengo ni la cara para un filtro de Instagram ni el ingenio para un tweet de mil “me gustas”. No quiero aparentar estar bien, porque me veo en el derecho de decidir cómo estar.

Y perdonad que vaya contranatura, no me apetece fingir. Yo hoy quiero estar triste. Mañana, si acaso, ya nos editaremos el ánimo con “BeautyFace”.