Hola. Soy Ana y soy del Athletic. Y de la
Peña, cómo no. Y muy del Pozoblanco de fútbol-sala también. Y nunca me
veréis besando el escudo del Celta. O del CD Mojino. O del Floyd Villalba.
Sé que no os acabo de descubrir demasiado. Mis
colores los conocéis de sobra.
Pero, a ver, ¿esto a cuento de qué?
Os pongo en situación. Hace unas semanas,
sábado, como cualquiera, salí con unos amigos. Y, oh, vaya-alineación-de-los-planetas,
fue el día que más ligué en tiempo. (Carajo, ya se podía dosificar la cosa). El
caso, ese día debía estar (más) guapa. O más simpática de la cuenta. O qué sé
yo.
No fue uno, ni fueron dos, ni tres, los que de una
forma u otra me propusieron debatir sobre la reforma educativa en el asiento
trasero de su coche. (Me vais a perdonar las buenorras, yo a eso no estoy
acostumbrada.)
Hasta aquí bien, supongo.
El problema de todo esto, además de que a mi
sábado no le apetecía nada debatir sobre si la LOMCE era la ley más acertada, es
que todos a excepción de uno tenían algo en común: NOVIA.
Hombres del mundo, prometo no generalizar. Mujeres
del mundo, nosotras no nos salvamos.
Vamos a ver, ¿dónde quedaron nuestros
valores? ¿Dónde quedó el compromiso, la lealtad, la sinceridad? ¿Dónde quedó el respeto a la persona que declaramos querer tanto? ¿Dónde quedó el amor?
Qué decepción.
Tenemos relaciones de usar y tirar. Parejas
de quita y pon. Aventuras. Probaturas. Comodines.
Yo dije que no. Pero da igual, la siguiente
quizás dijera que sí. Y tú has cambiado la confianza de tu pareja por un triste
debate un sábado a las 6 de la mañana.
Siempre confié ciegamente en mis parejas, porque yo era la primera que
confiaba ciegamente en mí. (Si sabes que alguno me la pegó, ya no me lo cuentes)
Me fui a mi casa pensando en todo esto, en
dónde estarían sus novias, en qué pensarían ellas, en cómo reaccionarían los
susodichos si se enteraran de que sus parejas discuten sobre la victoria de Trump con
otros de madrugada. Y me dio pena, mucha. Sobre todo cuando al día siguiente desperté
con ‘te quieros’ por todas partes en redes sociales.
No os lo voy a negar, no me habría importado hablar sobre la LOMCE con uno de ellos, pero no lo hice. Al día siguiente sólo tenía dolor de cabeza por el alcohol ingerido. Y la resaca, creedme, se cura mejor que el arrepentimiento.
Pues eso, qué decepción.