Ahí estás tú, con esa sonrisa que impera en
los últimos meses. Una cervecita al aire libre, una buena conversación y una
gran compañía. Hoy vas guapete. Te has puesto esos vaqueros que tan buen
trasero te marcan y la camisa a estreno. Además el día ha ido bien. Buen rollo
en el trabajo, una buena y productiva tarde… Huele a felicidad.
Y, de pronto, ella.
Ella, que fue protagonista de tu vida años
atrás. Que te hizo ser el hombre más afortunado del mundo hasta que viste que
la fortuna era otra historia.
Desde que la dejaste marchar, tú has vuelto a
soñar con otras, has vuelto a disfrutar con otras. Unos besos con la guapa de
turno, otros con la idiota del segundo. Admite que no has perdido el tiempo. Ni
ella, que se fue con el primero que le bailó el agua.
Pero.
¿Qué te ha pasado? El siguiente trago a la
cerveza te ha sentado mal. Las tripas te han avisado de que la acabas de ver,
de que está más guapa que nunca, de que quizás te equivocaras en el último
adiós (No, nunca, sabes que hiciste bien).
Te repites, mascullando de camino a casa, que
estaba olvidada, que ya no significa nada y que ojalá le partiera un rayo en la
próxima tormenta. Bueno, esto último te lo dice tu colega, ése al que los
consejos se le dan tan bien como ligar con inteligentes.
¿En qué momento se olvida por completo a
alguien? Mejor dicho. ¿Se olvida por
completo a alguien? Tu memoria, siempre selectiva, prefiere recordar que un día
fuisteis felices, que lo hacía como nadie. Y eso, eso nada ni nadie te lo
borra.
Y ahí está.
No te ha visto. Se atusa la
melena, coge su bolso y camina con paso firme. Quizás ella sí le haya dado al
Ctrl+X. O haya formateado su disco duro. O a saber.
Y mientras, tú, en un estado que ya ni recordabas,
esperas que te escriba la del sábado. Porque sí, te habrá movido las entrañas, pero
la vida sigue. Y sigue igual, que diría aquel.