viernes, 25 de julio de 2014

Se me ha acabado la Coca Cola.

Ayer, durante una salida con amigos y con un vaso de coca cola light en la mano (lo que hace que no pueda excusarme), divagaba acerca de lo que iba buscando en la persona con la que compartir sábanas en un futuro. Y, en efecto, me acosté a eso de las 5 de la mañana sin tener ni idea.

Haciendo cuentas me di cuenta, valga la redundancia, de que soy muy simple. “La belleza está en la simplicidad”. Sí, ya.

Soy simple. Tan simple como un puzzle de dos piezas.

Llegué a la previa conclusión de que yo necesito a alguien que me haga (son)reír 27 horas al día. 27. Que siempre es poco cuando hablamos de esa magnífica curva.


Alguien que tan pronto me explique por qué hoy jugamos con un 4-5-1 como qué es la epanadiplosis.

Alguien que de pronto me suelte una frase de Ismael Serrano o de Marcelo Bielsa y le dé sentido a cualquier conversación banal.

Alguien a quien le interese lo que pasa más allá de sus bonitas pestañas y le preocupe la situación del mundo fuera de su habitación.

Alguien a quien le gusten los planes de domingo por la tarde y no le importe que me quede dormida mientras vemos ese peliculón que él tantas ganas tenía de ver.

Alguien que entienda mis pasiones. ¿Puedo pedir que las comparta también? Que le apetezca tanto venir al Gran Teatro como al estadio más cutre de Tercera.

Alguien que me riña por no leer lo que debería, porque él se beba los libros con la misma rapidez que una cerveza.

Alguien que me dé las buenas noches después de una noche muy buena. Que todo es necesario.

Alguien a quien no le importe cogerme de la mano por la calle pero que entienda que no soy fácil de atar.

Alguien que haga de un lunes de mierda el mejor de los días de un verano.


Y llegué a esa previa conclusión, que no definitiva, porque después de escribirle a quien no debía, se me acabó la coca cola. Y ahí lo tuve claro: era hora de acostarse.