viernes, 12 de diciembre de 2014

Un día soñando en un sueño soñé.

Anoche tuve un momento de delirio. He despertado sudando, con fiebre alta y con una infección de garganta que bien podría valer una muerte lenta y dolorosa. Y he soñado. 

He soñado con una playa a altas horas de la madrugada. Frío. Mucho frío. Y un chirimiri propio de miña Coru. El alcohol de esa noche hacía estragos y recuerdo cómo me costaba mantener la mirada fija en el mar. La sensación, a pesar de eso, era genial.

Y no estaba sola. Había alguien conmigo. Alguien que me hacía sentirme realmente bien. Especial, incluso. Acompañada y sujeta a un momento que, ya sabía, recordaría siempre.

La marea cada vez subía más. La lluvia empezaba a caer con fuerza. Y el viento (ay, el viento) hacía que empezara a despejarme y a intentar pensar con más claridad.

Buscaba un lugar donde refugiarme del mal tiempo. Exterior. El interior era plácido. Agradable.

Tan pronto esa persona, de identidad desconocida, aparecía como desaparecía. Recuerdo perfectamente cómo era su boca. Dientes perfectos y labios que llamaban a morder.

De repente, y como si fuera una película, el mar, el frío y la lluvia habían desaparecido, para dar lugar a una habitación cálida y acogedora. “Desnudo el calor se pilla antes. Métete. Y abrázame, tengo frío.”


Y ahí estaba yo. Abrazada a alguien que apenas conocía, deseando que nunca acabara ese momento cuando, de pronto, “Ana, hija, son las 8. Te toca el antibiótico.”






miércoles, 3 de diciembre de 2014

No hay mal que 91 minutos dure.

No encontrarte semáforos en rojo de camino al curro. Pillar el ascensor en tu planta. Una toalla calentita al salir de la ducha. La primera felicitación el día de tu cumpleaños. Un gol de tu equipo en el último minuto. La confirmación de un viaje al que le tenías muchas ganas. Un reencuentro en un aeropuerto. El olor de la comida de mamá. Un cielo a colores cubriendo tu ciudad.

¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que estaba a punto de cambiar algo? Cambio ‘vida’ por ‘algo’. ¿Alguna vez habéis sentido que estaba a punto de cambiar vuestra vida a mejor?

Perdón por la ñoñería. Reboso optimismo. Buenas sensaciones. Buenas vibraciones. Derrocho sonrisas bobas y carcajadas a destiempo. Cuéntame el peor chiste que se te ocurra. Da igual, me resultará genial.

Muchos días malos, muchas almohadas mojadas. Y ahí estamos, creyendo cruzar la línea de meta. Creer oír al speaker de tu vida diciendo tu dorsal por megafonía, informando de que un nuevo partido va a comenzar. La derrota del anterior ya quedó olvidada. En tus manos, y en tus pies, está el ganar éste.

La vida tiene eso bueno. No hay mal que 91 minutos dure. A no ser que seas Iniesta y tengas que esperar hasta el 116 para ganarlo.

No pasa nada y pasa todo. Si es que te preguntas qué le habrá picado a esta tía. Debe de ser que justo hoy no he encontrado semáforos en rojo cuando iba a currar, que ayer empató el Athletic en el descuento, que tengo cerca volver a mi deseado Bilbao, que hoy las escaleras olían a mi comida favorita…


Me repito. Perdón. Ya volverá la Ana petarda que se queja, que llora y que patalea porque el imbécil de turno no le hace caso. Ya, si eso.








jueves, 6 de noviembre de 2014

Con mucho hielo, por favor.

*Aviso para navegantes. Ésta es una entrada mediocre. No voy a decir nada interesante. No la leas. Seguro que tienes mejores cosas que hacer.

Podría decir que todo lo que voy a escupir en breves me ha surgido de la nada bebiéndome un gin tonic a la naranja y canela y disfrutando de un cigarrillo a la altura del de ‘después de’, mientras suena en mi gramófono esa música de los 80 que a todos tanto nos gusta. Eso recrearía un escenario idílico, perfecto para hacer de mí la imagen de tía interesante, bohemia y correctamente incorrecta.

Pero no.
Foto de Inma Buendía

No fumo y el único gin tonic que me he tomado a la naranja fue por invitación, y empeño, de un amigo.

Al grano.

¿Sabéis de estos juegos cuando eres pequeñx que te dicen con cuántos años te casarás y cuántos hijos tendrás? Yo iba a casarme con 28 e iba a tener tres retoños fruto de una perfecta relación con su padre. Si decoraba esa, ya de por sí en ese momento, maravillosa historia, iba a trabajar como directiva de una empresa e iba a ganar dinero a espuertas, casi sin despeinarme ese pelo de peluquería semanal.

Bien. Y aquí estamos.

Tengo 25 años. Poco más de dos meses para los 26. Soy una yogurina para más de la mitad de la población. Una viejuna si le preguntamos a un cuarto de ésta.

Quizás sea pronto para hablar. El caso es que soy la antítesis a lo que un día diseñé para mí en el futuro. Mi actual trabajo me encanta, pero a espuertas nada. Lo de la boda a los 28 es más complicado que correr la maratón de Nueva York. Y lo de los tres retoños… Mira, no.

A veces pensamos que vamos en el camino correcto. Que lo que hacemos lo hacemos, valga la redundancia, pensando en que es lo mejor y que será lo que nos lleve a ese estado de bienestar que anhelamos. El nuestro, no ese falso que nos propone el Gobierno.

Bandazo arriba, bandazo abajo, te das cuenta de que no eres ni la mitad de lo que quisiste ser cuando jugabas a ‘las casitas’, a ‘papás y mamás’ o a las barbies que tanto tardaste en guardar.

¿Qué he hecho mal? ¿Qué me ha quedado por hacer que tenía que haber hecho? ¿Dónde narices está ese príncipe azul que me iba a tener a todas horas intentando tener niños? Ensayos, ensayos, que es lo que les jode.

Me quedan mil cosas por conocer. Quisiera saber más de política, y de cine, y de historia. Y de fútbol también, que sigo sin ver el juego de Iturraspe (el de antes, éste no lo ve nadie). Me gustaría conocer las culturas más recónditas de este mundo y visitar cada rincón donde el hombre ha puesto el pie. Del hipotético padre de mis hijos hablaré en una siguiente entrada, si acaso. Hoy ya va a ser demasiado.




Y ya son casi las 11. En realidad me estoy tomando un vaso con leche, acabo de gastar medio paquete de klinex gracias a un maravilloso resfriado y de música de los 80 en mi gramófono nada. Fito en Spotify. No, no soy correctamente incorrecta. Soy una tía excesivamente normal. Mira, en eso sí acertó la Ana de los 90.

lunes, 27 de octubre de 2014

Hablemos de (in)dependencia.

¿Qué pasa cuando tu felicidad depende de otra persona? Ese arnés que te sujeta para no caerte al abismo. No voy a decir que la situación idónea, la situación ideal, sea esa en la que la felicidad de la otra persona también dependa sólo de ti, porque acabas metido en un bucle insano, insalubre e inviable.

Obviando esta situación idílica para algunos, está el hecho de que tu felicidad, la poca o mucha que tengas, dependa de una persona que es feliz, simple y llanamente, sin ti. Para la que eres, en el mejor de los casos, un complemento en su vida. Como las vitaminas que nos daba mamá cuando éramos pequeños.

Todos necesitamos de alguien. Todos. Hasta la persona más independiente de este mundo. Y todos necesitamos tener cubiertas las necesidades de afecto, cariño y amor. Vamos a hacerle caso a Maslow, que de esto sabía un rato.

Pero en este caso no nos referimos al cariño que necesitamos recibir de amigos, hermanos, primos y demás familiares.

¿Qué ocurre cuando tu felicidad depende de sentirte querido por una persona, llamémosle especial? ¿Qué sucede cuando no aparece ese alguien que te haga sentirte pleno? Si tenemos todo el cariño del mundo por parte de tropecientas mil personas, ¿por qué exigimos tener el amor de una sola?

Hoy, una de mis amigas, una de las más racionales, me decía muy segura y muy orgullosa, que su felicidad no dependía de nadie. Ella es dueña de sus sentimientos, se valora por lo que es y no por lo que los demás le hagan sentir.

Es quizás más frecuente en las personas inseguras y débiles, donde los sentimientos están cogidos con alfileres y la autoestima oscila según quien les rodee.

Sin situarme en un lado o en otro, envidio a quien vive con la seguridad plena de que serán felices por ellos mismos, sin tener que utilizar un arnés o una droga que les ate a la vida. (Y qué putada cuando te la quitan). Les envidio porque tengo claro que no sólo serán felices, sino que serán doblemente felices en el momento en el que aparezca ese alguien.

¿Qué pasa cuando tu felicidad depende de otra persona? Pasa que dejas de ser tú, dejas de ser incluso la mitad de ese ente que creáis, para acabar subordinado a una vida que ni siquiera es tuya.


Y tú, ¿eres feliz por ti mismo? Desabróchate el cinturón. Se vive mejor. 







lunes, 6 de octubre de 2014

Soy nomofóbica.

Dicen que el primer paso es admitirlo. Pues eso: soy nomofóbica.

http://www.muyinteresante.es/salud/preguntas-respuestas/que-es-la-nomofobia-151392813381

El otro día, durante una reunión con amigos, bastante distendida por cierto, cogí el móvil como un acto reflejo. Casi instintivo. Una amiga me lo reprochó y ahí empezó todo.

Estoy enganchada. Y no lo he querido ver nunca. Le presto más tiempo a mi móvil que a cualquier otra cosa.

Y, como dice mi hermano, soy tan extremista, me he propuesto estar al menos 7 días sin coger mi móvil.

Llevo exactamente 9 horas y 40 minutos. Y van muy bien. (De esas 9 horas, he dormido 8 y media).

Os iré contando...

domingo, 17 de agosto de 2014

De guapas, Twitter y divagaciones de domingo

Qué típicos los domingos de divagar acerca de cosas banales. O no tan banales. Sinsentidos con todo el sentido del mundo.

Peores son los domingos que te levantas sola. Tan sola que no te levantas ni con resaca. Sólo con tal dolor de pies que hacen que recuerdes que a ti en algún momento de tu vida te importó  un carajo ir en planos. [Los tacones pa’ las guapas.]

Y hablando de guapas… Aquí quería llegar yo.

Vamos a hablar claro, ahora que nadie nos oye. Yo no soy una tía con la que te girarías al cruzarnos. Soy bajita y me sobran caderas. Y lo que no son caderas. Ah, y tengo los pies más feos que puedas imaginar.

Aunque no todo es malo, ojo. Un día me dijeron que tenía la sonrisa y la voz más bonitas que habían visto/oído nunca. Y los ojos más expresivos, me llegó a soltar un amigo más que amigo. Pero hasta ahí. Soy muy fotogénica. Un punto a mi favor también.

Pero vaya, ligo poco. No soy echada pa’lante. Como si me diera miedo molestar.

Pero curiosamente, aproximadamente en los últimos cuatro años, coincidiendo con mi entrada en la red social de los 140 caracteres, mi participación en el mundo del ligoteo ha crecido exponencialmente. Pero, curiosamente también, gran parte a partir de la imagen que da un nombre precedido de una @.


Y aquí me asaltan las dudas. ¿Tanto magnifica Twitter? ¿Tan buena imagen somos capaces de crearnos? ¿Qué le falla a Ana que le sienta tan bien a @Ana? ¿Somos, cada vez más, una sociedad tan hipócrita como superficial? ¿A qué huelen las nubes? ¿Por qué el azul con el verde muerde?

En resumidas cuentas, Ana sabe que merece mucho más de lo que tiene, porque en el fondo es maja, y @Ana sabe que la tienen más idealizada de la cuenta, porque en el fondo es una imbécil de cuidado.



Ya lo avisé. Era un sinsentido. Un domingo sinsentido. 

viernes, 25 de julio de 2014

Se me ha acabado la Coca Cola.

Ayer, durante una salida con amigos y con un vaso de coca cola light en la mano (lo que hace que no pueda excusarme), divagaba acerca de lo que iba buscando en la persona con la que compartir sábanas en un futuro. Y, en efecto, me acosté a eso de las 5 de la mañana sin tener ni idea.

Haciendo cuentas me di cuenta, valga la redundancia, de que soy muy simple. “La belleza está en la simplicidad”. Sí, ya.

Soy simple. Tan simple como un puzzle de dos piezas.

Llegué a la previa conclusión de que yo necesito a alguien que me haga (son)reír 27 horas al día. 27. Que siempre es poco cuando hablamos de esa magnífica curva.


Alguien que tan pronto me explique por qué hoy jugamos con un 4-5-1 como qué es la epanadiplosis.

Alguien que de pronto me suelte una frase de Ismael Serrano o de Marcelo Bielsa y le dé sentido a cualquier conversación banal.

Alguien a quien le interese lo que pasa más allá de sus bonitas pestañas y le preocupe la situación del mundo fuera de su habitación.

Alguien a quien le gusten los planes de domingo por la tarde y no le importe que me quede dormida mientras vemos ese peliculón que él tantas ganas tenía de ver.

Alguien que entienda mis pasiones. ¿Puedo pedir que las comparta también? Que le apetezca tanto venir al Gran Teatro como al estadio más cutre de Tercera.

Alguien que me riña por no leer lo que debería, porque él se beba los libros con la misma rapidez que una cerveza.

Alguien que me dé las buenas noches después de una noche muy buena. Que todo es necesario.

Alguien a quien no le importe cogerme de la mano por la calle pero que entienda que no soy fácil de atar.

Alguien que haga de un lunes de mierda el mejor de los días de un verano.


Y llegué a esa previa conclusión, que no definitiva, porque después de escribirle a quien no debía, se me acabó la coca cola. Y ahí lo tuve claro: era hora de acostarse.

jueves, 26 de junio de 2014

Error 404: Sentimiento rojiblanco not found.

Hola. Me llamo Ana, tengo 25 años, nací en Pozoblanco (Córdoba) y puedo ser perfectamente la aficionada al Athletic menos objetiva que conozco. Y empiezo diciendo esto para entonar el ‘mea culpa’ por ello.
Y, ahora, vayamos al meollo de la cuestión.

Hoy sería un día particularmente recordado porque, por fin, tengo en casa el título que acredita que soy licenciada en Administración y Dirección de Empresas. Pero, posiblemente, de aquí a unos años yo no recordaré esto, sino que me acordaré de que cierto día del verano de 2014, Ander Herrera hacía oficial su fichaje por el United. (**Puedo recordar con pelos y señales el momento justo en el que me enteré del traspaso de Del Horno, por ejemplo).

Para un aficionado cualquiera a un equipo cualquiera, la venta de uno de sus jugadores puede ser algo normal, típico cada verano, más o menos positivo dependiendo del dinero que deje en las arcas de su club…

Pero en el Athletic no es así. Y no es así porque tenemos un enorme problema (¿He dicho ya que soy la menos objetiva que conozco?). Nosotros, los aficionados, pretendemos que los 11 que pisan el verde tengan nuestros mismos sentimientos. Que jueguen con la bufanda puesta.

Yo no soy de #LosRománticos en la vida, pero sí lo soy en el fútbol. Qué idiota. Y sí, quiero que esos que defienden mis colores, defiendan también sus colores. Y no sólo lleven a cabo su profesión. Que igual que yo después de una derrota estoy jodida, ellos se marchen a casa fastidiados. No sólo porque no hayan hecho su trabajo bien, sino porque su equipo (que no su club) ha perdido.

En el Athletic exigimos sentimiento. Porque garra, ganas y pundonor se deben exigir en todos los equipos. O si no, para qué. Y somos tan [[inserte aquí su adjetivo]] que pretendemos que un chaval que ha mamado de la Virgen del Pilar, sea más del Athletic que Zarra. Y que no se vaya nunca, que ponga al Athletic por encima de todas las cosas. Un chaval que recaló en Bilbao por ayudar a SU equipo y porque era un salto enorme en su carrera. Chaval que habrá estado mejor o peor, pero se ha dejado el par que tiene siempre sobre el campo.

Repito: en el Athletic tenemos un problema, exigimos sentimiento. Y soy la primera que haría antes del reconocimiento médico un test de amor rojiblanco. Que no lo pasas, ya puedes estar hecho un toro que no eres para nosotros.

Pero hay que ser objetivos. Y conscientes de la realidad. Y dejarnos, como dirían los granaínos, de polladas.

Ellos no son aficionados. Son profesionales. Y como profesionales, y personas, que son buscan su desarrollo. Nuevas metas, nuevas inquietudes.

Queridos athleticzales, vamos a intentar dejar el romanticismo y el amor para los planes de los domingos por la tarde. Para ponerle sentimiento ya estamos nosotros. En las gradas, en los bares o desde el sofá de nuestra casa.


Como diría uno de los referentes en mi vida, “es de bien nacidos, ser agradecidos”. Pues eso, Ander. Thanks, thanks, thanks. And good luck!

martes, 24 de junio de 2014

Me echo de menos.

Te voy a contar un secreto a voces: te echo de menos.

O no.

Quizás lo que eche de menos sea a la chica que compartía contigo tus días.

Es decir.


Me echo de menos a mí misma.

Me recuerdo feliz.

Echo de menos el éxtasis de sentirme contigo.

El sudor compartido y la respiración acelerada.

Mis buenas noches y mis palabras bonitas.

Los sentimientos descubiertos al tocarlos.

Echo de menos el andar sin hablar.

Y ver películas que no me gustaban sólo para quedarme dormida sobre ti.

Quiero beber aquel vino que me hizo perder la cabeza.

Y volver a recordar que una noche hiciste que las piernas me temblaran.

Eso es. No te echo de menos.

Echo de menos el temblar.

Y tener que elegir entre tú o el fútbol.

Y que tú perdonaras quedar segundo. Una vez más.

Echo de menos la hegemonía de las noches en vela.

Y el yo contigo. Que no el tú conmigo.

Ni el tú y yo. Ni el nosotros.


Yo me echo de menos.



lunes, 2 de junio de 2014

De abdicaciones, búsquedas de felicidad y otros menesteres

Es dos de junio. Hijos míos, apuntaos la fecha. Os va a caer en Selectividad. Hoy es un día importante para la historia de nuestro país. Hoy, el que lleva siendo rey de España durante 36 años, la competencia de Ferguson en los banquillos de la monarquía, anuncia que abandona el trono. Abdica. Deja paso a su hijo. No voy a entrar en debates. Nadie me ha preguntado. “Ay, no voy a discutir contigo, que a ti no te gusta la realeza.” Pues voy a hacerle caso a mi madre. No vamos a discutir.
Pero, ¿todo esto a qué venía? Pues viene a que este señor nació en una familia con ciertos privilegios, diversas comodidades, que ningún español por tener el apellido García tiene. No me vengáis con el argumento de que también tuvo que “emigrar” y no tuvo siempre una vida fácil, que tengo un amigo buscándose la vida en Nigeria.
A lo que iba. La vida y tal. Este hombre no es que encontrara su sitio, es que se lo pusieron en bandeja. Pero los demás, los que somos de la plebe, los que nos levantamos y no tenemos a quien nos limpie y coloque los zapatos, o nos elija el foulard más bonito y más a juego con nuestra ropa interior, hemos de buscar nuestro sitio en el mundo.
Y diréis, ¡vaya forma de relacionar dos temas tan diferentes! Pues sí.
Nada más nacer se nos da una vida y nos dicen ‘¡Ale, a buscarte, a buscar tu función, a buscar tu felicidad, a encontrarte!’ Somos meros pasajeros de un tren sin destino claro hasta que llega un punto en la vida en el que te das cuenta de que has ido dando bandazos, quizás con sentido, y no has llegado a nada. O quizás sí y aún no te has dado cuenta.
Y ahí se encuentra esa amiga de la que siempre hablo. En la búsqueda incesante de su lugar en el mundo. Y esa búsqueda no tiene un destino fijo, una final donde puedas ganar una orejona. Es un camino. Y no creo que sepas nunca que ese camino ha llegado a su fin.
Búsqueda incesante de la felicidad. No hablo sólo de un trabajo que te haga sentirte realizado, o de una pareja que te haga tocar el cielo con los dedos. Hablo de esa sensación de bienestar, de felicidad sin límites, incluso de problema tras problema resuelto con la convicción de que lo que haces, lo haces sabiendo, valga la redundancia, porque sabes lo que haces. Hablo de encontrarte a ti mismo, conocerte mejor que la señora que te trajo al mundo. Entender tu función y la finalidad por la que alguien te colocó aquí y no en otro punto del mapa.
Buscar tu lugar. Y encontrarlo. ¿Hay acaso alguna victoria más grande en esta vida?

Suerte, Felipe. Te va a hacer falta. Suerte, amiga. Lo conseguirás.

lunes, 26 de mayo de 2014

Que no lo digo yo, que lo dice una amiga.

Creo que me estoy desenamorando de ti, porque ya sólo me acuerdo de los momentos buenos que me diste. Que te recuerdo durante 27 horas al día, sí, pero sólo lo bueno. Espera. Qué idiota. No sé por qué me acuerdo tanto de ti. Si tú no lo haces. Si tú ya bebes los vientos, y lo que no son los vientos, por otra. Da igual, tú dame, como diría Sabina, 19 días y 500 noches. Y como nueva.

No, no. Creo que me estoy desenamorando. Porque a ratos recuerdo el por qué te odio tanto. Y porque sé que tú y yo nunca fuimos ni seremos un nosotros. Fuimos las piezas perfectas en un puzzle desencajado, que se encajaron bien hasta que el superglú dejó de funcionar. Ya sé por qué te odio tanto. Y como diría don Ismael, odio tanto odiarte…

Quizás aún queden ascuas en esta candela de mierda que un día decidimos avivar. Tranquilo, sé que sólo en este lado del campo, que en tu área ya juegas incluso a otro deporte. Pero sí, creo que aún calienta algo. Y todo se me va a la garganta cada vez que te veo. Lo otro directamente está ya quemado.

Sí, lo admito. Esto aún calienta. ¿Y sabes? Siempre calentará. Porque aunque yo haya sido la mayor (inserte aquí su peor adjetivo despectivo) te he querido como a nadie en este mundo y me has hecho ser la mujer más feliz del planeta. Y no, a mí no se me va a olvidar en mi puñetera vida. O al menos no en un intervalo de 24-48 horas. Tengo síndrome de Diógenes, sobre todo de recuerdos. Pero tranquilo, "Seré sin que sepas de mí", que susurraba Manolo.

¿Suena a despecho, a reproche? Nada más lejos de la realidad. La vida nos tiene preparado algo mejor. Yo soy una hija de puta demasiado genial para conformarme con nada. Y tú… Tú te mereces lo mejor, más que me pese. Y ni tú eres mi mejor ni yo soy tu mejor. 




Uy, perdón, que todo esto lo dice una amiga. Que yo no sé ni de qué está hablando. Uy, pobre. Qué despechá está la jodía...


domingo, 20 de abril de 2014

#Microcuento




Te echo de menos.


Tanto.


Como antes te echaba de más.


Te quiero.


Muchísimo.


Como antes no supe ver.


#Microcuento



martes, 15 de abril de 2014

Puntos cardinales




Probé el sabor del sur, cuando aún estaba 
cuerda y sabía dónde estaba mi norte. Disfruté
 del olor del norte, sabiendo que mi centro,
 mi vida, estaba al sur. Y cuando más me 
buscaba, encontré mi norte en el centro. En
 ese centro donde, con esperanza, aguardo a
 que el destino me lleve al norte del sur, o
 al norte del norte, o allí donde alguien
 consiga hacerme perder el norte mirando al 
sur.




martes, 1 de abril de 2014

Elegir es perder

Es un martes cualquiera. Son las 22.50 de un día cualquiera en una ciudad cualquiera de Castilla y León. No es un día feliz. No lo es. Y hay 380 motivos para demostrar tal hecho.

Suena la lluvia golpeando el cristal de la ventana. El viento azota. Y no sólo en la calle. Aquí dentro también. Incluso ahí, ahí dentro.

Aunque escogida, la soledad se hace dura. Dejar tu casa, tu familia y todo lo que te ha pertenecido durante 25 años, es complicado.

Esta chica cualquiera en una ciudad cualquiera tiene todo lo que siempre soñó: un trabajo que le gusta, una familia y unos amigos que la apoyan y la tan ansiada independencia.

Pero todos los caminos tienen piedras que hacen que te duelan los pies y que incluso te tropieces. En el mejor de los casos, hay alguien que va a tu lado y te sostiene. Pero el daño ya te lo has hecho igualmente.

Toda decisión tiene su coste de oportunidad. Decidirte siempre llevará consigo una equivocación. Y esa chica cualquiera en una ciudad cualquiera, eligió arriesgar y perder al mismo tiempo.

El partido aún no ha acabado, pero el señor colegiado está poniendo muy cara la victoria. Dejar a tus mejores jugadores en el banquillo y querer ganar el encuentro se antoja imposible.


Elegir es perder.